La conquista de cada palmo de territorio en una lucha revolucionaria nos coloca en la responsabilidad de seguir avanzando. Es esta una tarea de la vanguardia que va abriendo el camino para quienes vienen escoltándole. Creo que uno de los más retadores ejemplos de una revolución humanística es el logro -aún en ciernes- de la igualdad de condiciones entre los hombres y las mujeres. Es innegable el posicionamiento que ha alcanzado la mujer en la vida pública, asumiendo el carácter de protagonista en espacios de participación comunitarios, e inclusive alcanzando posiciones relevantes de liderazgo en la vida política nacional. Aún así, no pudiéramos hoy aseverar que abatimos definitivamente la violencia y la discriminación de nuestro suelo. Las denuncias que fluyen a través de los órganos receptores sobre la violencia contra la mujer nos confrontan con el desafío gigante de erradicar una cultura discriminatoria y machista que, en muchos casos, persiste de forma tenaz no sólo en las raíces de la sociedad, sino también en el aparato estatal que tiene la responsabilidad de erradicarla.
Eventualmente, los patrones de crianza en los cuales hemos crecido, y a través de los que tradicionalmente interpretamos la realidad, pueden obnubilar la percepción de una realidad de violencia contra la mujer. Esa circunstancia debe ser subsanada con programas de formación permanente en materia de violencia de género para quienes tienen la misión de conocer y procesar las denuncias en esta materia.
Nuestra recién inaugurada Escuela de Derechos Humanos apuesta en esta tarea con el Diplomado de Derechos de la Mujer, como una modesta manera de contribuir con la vanguardia a despejar la vista hacia el horizonte de una sociedad incluyente y respetuosa de los derechos de la mujer, en la cual ni la impunidad ni el miedo puedan apartarnos de tan anhelada conquista.
¿Qué tareas nos impone el futuro? Que en nuestro país la Administración Pública disponga de los más avezados activistas de derechos humanos de las mujeres en cada una de las posiciones que la Ley los ha destacado para hacerlo, y lograr de esa manera allanarle el camino a una sociedad de iguales en el hecho y en el derecho.
Eventualmente, los patrones de crianza en los cuales hemos crecido, y a través de los que tradicionalmente interpretamos la realidad, pueden obnubilar la percepción de una realidad de violencia contra la mujer. Esa circunstancia debe ser subsanada con programas de formación permanente en materia de violencia de género para quienes tienen la misión de conocer y procesar las denuncias en esta materia.
Nuestra recién inaugurada Escuela de Derechos Humanos apuesta en esta tarea con el Diplomado de Derechos de la Mujer, como una modesta manera de contribuir con la vanguardia a despejar la vista hacia el horizonte de una sociedad incluyente y respetuosa de los derechos de la mujer, en la cual ni la impunidad ni el miedo puedan apartarnos de tan anhelada conquista.
¿Qué tareas nos impone el futuro? Que en nuestro país la Administración Pública disponga de los más avezados activistas de derechos humanos de las mujeres en cada una de las posiciones que la Ley los ha destacado para hacerlo, y lograr de esa manera allanarle el camino a una sociedad de iguales en el hecho y en el derecho.
Gabriela del Mar Ramirez
Defensora del Pueblo
Defensora del Pueblo